Profundizando en la importancia del ejercicio físico para las personas mayores
El ejercicio físico personalizado en personas mayores les aporta mejoras significativas en la fuerza de las manos, la velocidad de marcha y en diversos índices que miden el nivel de fragilidad y dependencia, así como en la percepción de la felicidad.
Así se desprende de un estudio que está terminando de elaborar el grupo de investigación Ageing-On de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), cuyos resultados preliminares fueron presentados el pasado 11 de noviembre en sesión clínica en el Hospital Aita Menni a profesionales de nuestra Institución.
El envejecimiento está asociado a cambios que afectan a los huesos, músculos y articulaciones y que conllevan una disminución de la masa muscular, la fuerza y la resistencia. En las personas mayores, ello ayuda a la aparición de fragilidad e incluso de discapacidad, dado que esos cambios, junto a otros factores —genéticos, hábitos de vida, enfermedades, lesiones…— terminan dificultando la realización de las actividades de la vida diaria, aumentan la fatiga y la dificultad para hacer ejercicio e incrementan el riesgo de caídas.
Una parte importante de las personas a las que atiende Aita Menni —sobre todo en sus residencias y centros de día para personas mayores, pero también en sus dispositivos especializados en salud mental y daño cerebral– presenta una edad avanzada y circunstancias asociadas de deterioro cognitivo, patologías psiquiátricas o discapacidad. Ese conjunto de elementos las hace susceptibles de sufrir problemas vinculados con el sedentarismo y la falta de ejercicio.
Para tratar de evitarlo, en el seno de Aita Menni se ha venido desarrollando durante los últimos años un proceso de reflexión conjunta de sus profesionales destinado a reducir en nuestros centros dichos problemas. Esa reflexión quedó plasmada en junio de 2016 en el artículo «Los beneficios del ejercicio físico en las personas mayores» del doctor Eloy Nin, médico especialista en Medicina Física y Rehabilitación, y tuvo su aplicación práctica en el programa «Ejercicio físico para la prevención de caídas», desarrollado a partir de 2017 en diversas unidades de su centro hospitalario de Arrasate, bajo la coordinación del doctor Nin y de la enfermera Eva Cobos. El programa contó con la colaboración del Grado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte (IVEF) de la UPV-EHU.
Precisamente en el seno de la universidad vasca existe un grupo de investigación denominado Ageing-On, cuyo objetivo principal es mejorar la calidad de vida de las personas mayores mediante su participación en programas de ejercicio físico y cognitivo adaptados a las necesidades de cada persona. El equipo, formado por especialistas en medicina, fisiología, enfermería, fisioterapia, ciencias del ejercicio físico y el deporte, farmacia, nutrición, biología y bioquímica, diseña, desarrolla y ejecuta intervenciones ejercicio físico en hospitales, centros de personas mayores y centros sociales, y elabora estudios sobre esas intervenciones.
El último de ellos fue el protagonista de la sesión clínica celebrada el pasado 11 de noviembre en el Hospital Aita Menni, en la que la integrante de Ageing-On y profesora de la Facultad de Medicina y Enfermería de la UPV-EHU Maider Kortajarena nos explicó su diseño, ejecución y primeras conclusiones. El estudio, denominado «Ejercicio físico en las residencias de personas mayores: un instrumento para hacer frente a la fragilidad y dependencia de las personas residentes y mejorar la calidad de vida de las cuidadoras profesionales», ha sido financiado por la Diputación Foral de Gipuzkoa en el marco de su estrategia Adinberri y ha tenido como protagonistas a 152 personas mayores de 70 años residentes en 16 centros de Gipuzkoa. Los resultados preliminares que nos presentó Maider Kortajarena contienen los datos obtenidos en 9 de las 16 residencias, con una muestra de 110 personas.
La doctora Kortajarena explicó que el estudio tiene tres objetivos principales: ver y evaluar los efectos de un programa de ejercicio físico sobre la fragilidad; ver el efecto que tiene esta intervención en la calidad de vida de cuidadoras profesionales; y ver el impacto económico que tiene esta intervención en hechos y fenómenos que ocurren en las personas mayores, como caídas, aumento de dependencia, fallecimientos…
«Existe un consenso sobre que la actividad física es beneficiosa para la población en general y también en personas mayores institucionalizadas —nos recordaba Maider Kortajarena—, pero no está sistematizada la elaboración de recomendaciones personalizadas de actividad física. Nos dicen que el ejercicio es bueno, pero no nos dicen cuánto, con qué intensidad o de qué manera hay que hacerlo».
«La intervención ha trabajado sobre cuatro componentes —explicó la doctora Kortajarena—, como son la fuerza, el equilibrio, la resistencia aeróbica y la flexibilidad, y no sólo ha tenido en cuenta la incidencia de los programas de ejercicio en las personas mayores, sino también en las cuidadoras profesionales —auxiliares / gerontólogas— de esas personas.»
Para la realización del estudio, se seleccionó a personas mayores mayores de 70 años, con una puntuación superior a 50 en el índice Barthel, con ausencia de deterioro cognitivo y con capacidad para levantarse con ayuda de una persona y caminar sola durante 10 metros. Previamente al comienzo del programa de ejercicios, se midieron a través de diversos índices datos sociodemográficos, de condición física, función cognitiva, fragilidad, dependencia, nivel de funcionalidad, ansiedad y depresión o percepción subjetiva de la felicidad y el bienestar, entre otros, con el fin de compararlos con las mediciones a la finalización del programa.
La media de edad de las personas participantes en el estudio era de 85 años, con valores medios de independencia de 80,15 (según índice Barthel), fragilidad de 2,76 y 5,25 (según índices Fried y Tilburg) y 17,52 de percepción subjetiva de la felicidad (según índice Subjective Happiness Scale), entre otras. La velocidad de marcha media era de 0,67 m/s (0,78 m/s en hombres y 0,55 m/s en mujeres).
El programa tuvo dos fases, de tres meses de duración cada una, con dos sesiones semanales en días no consecutivos y una duración de entre 45 y 60 minutos. «Durante los primeros tres meses se trabajó entre 5 y 8 ejercicios distintos por sesión enfocados a mejorar la fuerza y el equilibrio, con calentamiento previo y relajación posterior —explicó Maider Kortajarena—. Durante los tres meses siguientes, se hico hincapié en la funcionalidad, enfocando los ejercicios de fuerza y equilibrio a mejorar las actividades y funciones en las que se basa el índice Barthel de dependencia.»
El programa de ejercicios era individualizado, de manera que las repeticiones y el peso con el que se trabajaba era establecido expresamente para cada participante.
Se hicieron valoraciones antes y después de la intervención, y a los 6 meses de haber terminado se les hará otra valoración. Asimismo, se obtuvieron datos de caídas y visitas al hospital durante el año anterior al inicio del programa de ejercicios y se compararán con los mismos datos hasta un año después de la intervención.
El estudio tiene también como sujetos a las cuidadoras profesionales de estas personas mayores, con una muestra de 128 personas, a las que se tomaron datos sociodemográficos y sobre hábitos de vida y se realizaron valoraciones de diversos parámetros, como condición física, dolor en determinados puntos anatómicos, burn-out («síndrome de desgaste profesional»), felicidad subjetiva (índice Subjective Happiness) y ansiedad y depresión (índice Goldberg).
El personal al cuidado estaba formado mayoritariamente por mujeres, con estudios de Formación Profesional. La mayoría tenía hijas o hijos pero no personas dependientes a su cargo. Un 60% realizaba la actividad física recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la mayoría no eran fumadoras (60%).
Los resultados preliminares del estudio indican que tras los seis meses del programa de ejercicios personalizados, «se observan mejorías significativas en las personas mayores en indicadores como la fuerza de las manos, la velocidad de marcha, el índice SPBB de condición física y en los tres índices de fragilidad, así como en la percepción de la felicidad«, según expuso la protagonista de nuestra sesión clínica.
La doctora Kortajarena explicó que «la muestra estudiada ganó en independencia, por lo que se puede deducir que quizá las cuidadoras pudieron tener cierto desahogo al disminuir la carga de cuidados. Hubo una mejoría psicoafectiva en las personas residentes, y eso puede derivar también en una mejoría psicoafectiva de las profesionales». Otro de los datos que arroja el estudio es que las profesionales que no cumplían la recomendación de actividad mínima de la OMS tenían niveles más altos de burn-out y de depresión, y niveles más bajos de percepción subjetiva de felicidad y de bienestar.
Además de resaltar la conveniencia de que los programas individualizados de ejercicio físico vayan implantándose de manera sistemática en las residencias y centros de personas mayores, Maider Kortajarena señaló que «hay que poner en valor la función de las cuidadoras». «Son las que conocen a las personas a las que atienden —afirmó— y les pueden guiar en la realización de pequeñas tareas que sirvan para hacer ejercicio, pero para eso necesitan reconocimiento social, empoderamiento y formación».
Al término de la sesión, el grupo de profesionales de Aita Menni se interesó por diversos aspectos concretos del trabajo desarrollado por Ageing-On, y valoró que sería interesante disponer en el futuro de datos obtenidos en personas mayores con algún nivel de deterioro cognitivo. Mientras tanto, estudios como el presentado en la sesión clínica ayudan a reforzar la evidencia de los beneficios del ejercicio físico en la población mayor institucionalizada.