– Es el párroco de San Juan Bautista de Arrasate pero además tiene un trabajo extra como capellán del Hospital Aita Menni. ¿En qué consiste esto y desde cuándo colabora con las Hermanas Hospitalarias?
En todos los hospitales, públicos y privados, existe la figura del capellán, que se encarga de la atención sacramental, aunque la escasez de vocaciones al sacerdocio hace cada vez más difícil una presencia exclusiva en este servicio. Yo llevo tres años ayudando al Servicio de Pastoral del hospital y a las hermanas, principalmente en la administración de los sacramentos.
– Oficia las misas, lleva la extremaunción, confiesa, etc. como cualquier otro sacerdote, pero tal vez ocuparse espiritualmente de las personas enfermas requiera una perspectiva diferente o mayor dedicación, ¿es así?
Confesar a personas de las que el médico psiquiatra dice que están en estado continuo de delirio, personas que derivan sus necesidades afectivas a lo religioso o personas con una autoestima baja de carácter patológico es muy difícil. Por un lado, recibimos indicaciones por parte de los terapeutas para no desbaratar terapias establecidas o para incidir desde la aportación de la fuerza de lo espiritual en determinados modelos de comportamiento; y por otra parte, sentirse escuchado “sin efectos secundarios” siempre genera salud. No dejarse llevar solamente por la lógica y estar abierto a la sorpresa te da una capacidad de tolerancia y serenidad que difícilmente se encuentra en nuestras circunstancias habituales de vida.
– Es tan estrecha la relación que ha establecido con pacientes, profesionales sociosanitarios y religiosas que también es uno de los destacados voluntarios del Hospital Aita Menni. De forma altruista acoge a varios pacientes en su domicilio los fines de semana, ¿por qué?
Primero: porque tengo sitio en casa. Las habitaciones, que podrían estar llenas de la familia, están vacías. Segundo: porque así vivo la experiencia de lo complicada que es la vida para muchas familias y esta realidad te hace hablar, que es el principal oficio de los curas, con los pies en el suelo. Tercero: porque es verdad esa frase de la teología de la liberación de que “los pobres nos evangelizan”. Si estás con ellos y te dejas tocar por sus problemas tu propia vida comienza a tener bastante de la cruz que hasta ahora no te ha tocado. Y entonces comienzas a comprometerte por la liberación de los oprimidos cuya cruz compartes.
– ¿Cómo se organizan estas salidas del hospital? ¿Cómo se coordinan?
El equipo multidisciplinar de tratamiento de las unidades solicita para cada paciente concreto la posibilidad de estancia. Además da la pauta de vida que cada paciente debe seguir. Yo acudo al hospital a recoger al paciente y éste (o estos, cuando son varios) convive conmigo el fin de semana o la temporada que el equipo considera conveniente.
-¿Qué tipo de pacientes disfrutan de su compañía y qué hacen durante ese tiempo?
Si les preguntas a ellos, seguro que te dicen que mi compañía no es ningún disfrute. Que siempre estoy ‘metiendo caña y controlando’. Ya sabes, las perspectivas no son las mismas. A mi casa acuden pacientes con posibilidades de alta en un plazo relativamente corto. El fin de semana es como el de cualquier otro hogar: descansar, hacer las tareas domésticas, ir a los recados, preparar las comidas, ir al cine, ver la tele, pasear, celebrar las fiestas, cumpleaños y días señalados… Todo esto y más si el ánimo nos acompaña. Y si no nos acompaña, toca gran sesión de charla y convencimiento. Todo un reto a la dialéctica.
-¿Qué es lo que más les atrae? ¿Suelen repetir?
La sensación de semilibertad que conlleva el tener habitación propia, tener llaves de casa, poder tumbarse en el sofá o ponerse uno la hora de levantarse. Cada uno sigue viniendo hasta que su comportamiento lo impide o hasta que el equipo del hospital conviene un nuevo recurso o da el alta. Por mi parte no pongo plazo.
– ¿Qué les aporta? ¿Y qué aporta al anfitrión?
Al ‘anfitrión’ le viene de perlas tener unos ‘compañeros’ que se esmeran en tener la mesa a punto cuando llega del trabajo parroquial. Ver fútbol o una peli en grupo es más satisfactorio que verlo solo, aunque quizás no veas lo que tú quieras, o aunque no te guste mucho el deporte… A ellos, les aporta un ambiente de responsabilidad que agradecen porque, aunque un día se nos queme la tortilla de patatas, sabe mejor que la que te dan hecha en el hospital. Pasar algunos días en grupo pequeño, a pesar de una mayor exigencia personal y por tanto más trabajo y dedicación, genera amistad entre los que compartimos la experiencia.
– Horacio es generoso, corre con la mayoría de los gastos. ¿Los invitados ‘arriman el hombro’ de alguna manera?
La mayoría de los que están o han pasado por casa no tienen una situación económica boyante. Yo dinero no pido porque la experiencia me ha enseñado que donde come uno comen cinco sin aumentar el gasto sobremanera. Las limpiezas de la vajilla, la casa, la ropa, los trabajos de cocina, los recados, la atención del teléfono y demás quehaceres domésticos los hacemos entre todos. Si alguno ha recibido de su casa algún ‘paquete’ compartimos las viandas entre todos.
– Sobre esta experiencia en estos años, ¿recuerda alguna anécdota o hecho reseñable?
Contaré dos. Se comenta entre las familias la gran dificultad de hacer tomar la medicación. Sin embargo mi experiencia dice lo contrario: los chicos que vienen de ingresos de larga estancia traen muy asimilado que deben (y, además, quieren) tomar las pastillas. Hace unos años dos chicos vinieron a pasar el mes de agosto y trajeron un cargamento de pastillas. Una noche uno de ellos se dio cuenta, después de recontar un montón de veces toda la medicación, de que una pastilla se había extraviado. Se puso muy nervioso y después de revisar toda la casa y como si fuéramos los del CSI, poner la basura encima de mesa…, hete aquí que una pildorita más pequeña que una lenteja apareció trayendo la paz a toda la casa.
La segunda. Fuimos un día al cine a Vitoria. En la fila de la taquilla una pareja de mayores, arrimando el oído a nuestra conversación más que lo que la educación permite, se dieron cuenta de la peculiaridad de nuestro grupo. Tras coger nuestras entradas, la pareja pidió al taquillero unos billetes alejados de los nuestros “por si acaso”. Un gesto muy feo. Pues, a la salida del cine, también coincidimos cerca en el aparcamiento y, crueldades de la vida, su coche apareció con una rueda pinchada. Entonces nuestros dos chavales, sin decir nada, cogieron las herramientas, cambiaron la rueda y nos dejaron a todos con un palmo de narices de aquí a Guadalajara.
– Nos despedimos de Horacio dándole las gracias por poner en marcha y habernos contado esta experiencia, y cuando le preguntamos si tiene alguna consideración que añadir responde categórico: «Las enfermedades mentales son crónicas. Nuestra estupidez, miedo y racanería no tienen por qué serlo».