Igor Reguero y Begoña Arana, dos de los voluntarios del Hospital Aita Menni
Igor Reguero conoció Aita Menni por su esposa, que comenzó a ejercer como cuidadora en el hospital. Es aquí donde hizo sus prácticas hace ya 12 años, «y donde aprendió lo que le ha servido para ejercer su profesión hasta el día de hoy. Desde entonces siempre la he escuchado hablar del buen trato y la dignidad con que se trataba a los pacientes. Fue ella quien me animó a aprovechar mi tiempo libre para dedicárselo a ellos”, recuerda. Empezó como voluntario el pasado mes de diciembre.
Begoña Arana y su marido, Javier Eraña llevan 15 años visitando cada martes a los enfermos de Aita Menni. Iniciaron su tarea como voluntarios a través de Nagusilan. Esta asociación de mayores que dedican parte de su tiempo libre a animar y entretener a personas mayores que necesitan compañía los preparó para tratar con los enfermos y les dirigió al hospital. Primero empezó Javier; a los pocos meses, Begoña. Y hasta ahora.
Los martes para Begoña son “días alegres”, “días llenos”. En contra de lo que opinan algunas personas que le preguntan: “¿Cómo puedes ir allí?”, porque creen que el ambiente puede resultar deprimente, a ella pasar la tarde con las personas enfermas la anima. “Porque sí das, pero es que recibes mucho más”, rebate. Antes de empezar como voluntaria estuvo una temporada depresiva. Hoy incluso cree que acompañar a los enfermos mentales la ayuda a sortear ese riesgo “de bajón” al que se enfrentan las personas de edad que permanecen mucho tiempo en casa. «Cuando llegas allí y ves que te están esperando, que están soñando con que estés con ellos. Que es verte y ver su sonrisa. Y luego que te pregunten, ¿vas a venir dentro de ocho días? ¿El martes venís? Eso es algo que te llena mucho. Yo ya voy para arriba (76 años tiene y su marido 81) pero el día que no puedo ir lo siento de veras», explica esta navarra que no ha parado de cuidar a los demás desde que se prejubiló y que también tiene tiempo para sus nietos, sus libros y su gimnasia.
Cariño y compañía
Llegan en grupo y se juntan con varios enfermos. Hay un comité en el centro que dictamina cuáles son los pacientes con los que van a estar. “Hay muchos que no tienen familia o que nos les va a ver nadie. Luego vamos a la cafetería y los otros grupos también al patio. Nosotros ya no los sacamos fuera, porque es cada vez más complicado, aunque tres son capaces de andar, otras dos van en silla de ruedas”, explica Begoña, contenta de que el número de voluntarios esté creciendo. “Al principio éramos 4, ahora igual somos 17. Porque hay otros que van los jueves. Hay quienes van cada 15 días». Aquí quiere mencionar a una amiga suya que ha venido mucho al hospital, Elisa, que les animó a acudir a ayudar. «Porque antes iba a Aita Menni muy poca gente de Mondragón«.
Canciones de antes
«Mucho más que cantar no se puede hacer. Así que lo que hacemos es cantar. Canciones de antes, pero de ‘antes antes’. Mi marido y la compañera con la que suele estar alguna vez juegan a las cartas, a los seises, pero es muy complicado porque la mayoría de estas personas no se concentran, no están en condiciones de seguir el juego. En cambio las canciones de antes, las canciones de ‘antxina’, les suenan y ellos cantan, y cantan con ilusión. Y ahí estamos cantando La Campanera y qué se yo…». Begoña cuenta también que para eso hicieron unos libritos con las letras. Y que, aunque hay enfermos que ni leen, esas canciones de su niñez «les salen» y se emocionan.
Dar sin esperar nada a cambio
Igor, sin embargo, no va en grupo. Un día a la semana, programado con anterioridad, se acerca al hospital y queda con un paciente. Los pacientes se dirigen a él como «su acompañante«, y en verdad, ésta es, dice Igor, la que ha de ser su función: acompañarles. Dependiendo de cómo se encuentren ese día, dan un paseo charlando, toman algo en la cafetería, leen el periódico e incluso ven algún vídeo por el móvil. Dependiendo de si la persona lo tiene autorizado o no, salen fuera del recinto si hace buen tiempo y dan pequeños paseos.
«Hay días maravillosos, en los que el paciente se apoya en ti para desahogarse, y te sientes muy útil por poder ayudarle. Otros, en cambio, pareciera que no has hecho nada más que invitarle a un café y dar un paseo. Pero en realidad, entiendo que no voy para cumplir mis deseos, sino para ayudar a aquél que en la vida ha sido más desfavorecido que yo sin merecerlo. Pero, independientemente de lo que hagamos, siento que sólo por haberme presentado ese día y por hacerles saber que pueden contar con que seguiré viniendo, ya estoy cumpliendo con mi tarea», recalca.
Añade este joven cocinero que aprende «a dar sin esperar nada a cambio». Cree que eso, de por sí, ya es una recompensa. «Y, dado que estamos dentro de una entidad religiosa, quién mejor para inspirarnos que el mismo Jesús».
Como una amistad
La relación entre voluntarios y pacientes puede parecerse a una amistad. «Obviamente tengo que mantenerme firme en determinados momentos para que se respeten ciertas normas, algo que ellos mismos entienden y asumen, pero por lo demás, y la mayor parte del tiempo, lo pasamos como dos iguales, (a ambos Dios nos creó a su imagen y semejanza), reflexiona Igor. Ellos son chicos jóvenes que han tenido problemas en el pasado, en un caso problemas dentro de la estructura familiar, en el otro, problemas derivados de la adicción a las drogas. Igor desprende cariño y tiene mucha paciencia con ellos, les hace reír y procura que sean un poco más felices durante el rato que están con él. Les transmite mucho optimismo y les anima a que su comportamiento dentro del centro sea ejemplar para que sus vidas sean más fáciles.
Begoña insiste en que el martes «es un día lleno, alegre. No piensas que has hecho mucho cuando llegas a casa. Pero ves su sonrisa, cómo te reciben. Es darte a ellos pero ellos te dan un montón de cariño, te besan. A veces te dejan la cara perdida pero eso da igual. Están soñando con verte«. Una de las enfermas cree que son familia. «Me habla del Antonio, me cuenta cosas de su mundo y dice ¡que vaya bien que nos llevamos! Ya me tiene por prima. Son cosas que te llenan. Al verte viene corriendo de lejos. Me cuenta que suele hacer manualidades. Ya nos dicen las chicas de la planta: El día que no venís, ¡qué tabarra nos dan preguntando que cuándo venís las de Pastoral! Bueno, pues eso, algo que tienes, ¿no? No sabemos lo que hay luego, que igual no hay nada pero si has hecho algo de bien a alguien que está ahí metido pues igual es algo bueno«.
Consciente de que «hay mucha gente que no tiene a nadie» y de que, a veces, las cosas que cuentan los pacientes «son reales y otras no son así«, Begoña sabe que para ellos «el oírles ya significa mucho». La tarde que pasan con los voluntarios en la cafetería «ellos están contentos charlando y tomando algo; luego cantan un rato. Contentos nosotros y contentas ellas también (ahora mismo en su grupo todas son mujeres).
Engancha
Los pacientes se encariñan. Pero ser voluntario en el HAM es algo que también acaba «enganchando». Porque «claro que das pero recibes mucho más». En esto coinciden Begoña e Igor. «Ayudar a los demás ‘engancha’, y, de tal manera, que en el futuro mi deseo es que mi vida gire en torno a ayudar a todo aquel que lo necesite», revela Igor, sin perder la oportunidad de animarnos a todos a dar un poquito de nosotros mismos cada día, «dar desinteresadamente, dar a los demás aun cuando no estemos obligados a ello. Esto nos hace ser mejores personas».
Para Begoña, «es un trabajo muy a tener en cuenta, porque hay muchos enfermos que no tienen a nadie o aunque tengan familia nadie les viene a visitar. Un trabajo que aporta mucho a la persona». Además, «Aita Menni no es, como muchos creen, un lugar triste».
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